sábado, 23 de octubre de 2010

Otra noche...

Ya no existe, ya se ha ido. Y su lado de la cama permanece frío, las sábanas siguen lisas, sin los dibujos que hacía su cuerpo al moverse, y yo no me atrevo a ocupar ese lugar por si regresa, ni a vaciar sus cajones, por si le da por volver… Y las noches son frías y extraño su cuerpo, el calor que desprende su piel, el olor que quedaba flotando en el aire cuando estábamos juntos, y se me eriza la piel sólo al recordarlo. Lo peor es el silencio, el no escuchar su respiración suave durante la noche, pausada, tranquila, que muestra la relajación absoluta de ese cuerpo que me produce escalofríos; y muchas veces me despertaba en mitad de la noche para, simplemente, observarlo. Su pelo revuelto derramado por la almohada, su expresión dulce, su rictus de sosiego, me daban ganas de acercar mi mano y rozar su piel, tocarle la cara, acercarme mucho y respirar su aire, seguir con la mirada cómo sube y baja el tórax con cada respiración… Y ahora se ha ido, sin más, y echo de menos sus manos sobre mi cuerpo, los abrazos, los besos robados de madrugada, y el vacío que ha dejado es grande y de color gris, como el color de las sábanas del último día que dormimos juntos.
Amanece de nuevo. Parece que he superado otra noche de ausencia…

2 comentarios:

  1. Las noches de ausencia al principio son muy duras, pero con el tiempo te acostumbras aunque cuesta.

    Un saludo

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  2. Sí que es cierto... Cuesta mucho ver volar a alguien cuando se quiere tanto, pero todo pasa, por suerte!
    Un beso!

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