domingo, 3 de octubre de 2010

No es otra experiencia hospitalaria.

Recordando un fin de semana lleno de emociones, de vida, de muerte y de lo que viene después… No apto para aprensivos...

Tiempo después y aún recuerdo cada mínimo detalle, cada segundo vivido, cada imagen que parece haberse grabado a fuego en mi memoria… Lo que más cuesta es la mezcla de emociones; por un lado tristeza, morbo, curiosidad… por otro simplemente sentirme fuera de lugar, o enormemente privilegiada por ser capaz de vivirlo todo tan intensamente.
La delgada línea que separa la vida y la muerte es como un hilo que a veces cruzas sin apenas haberlo visto. Es curioso como en un momento se puede cruzar al otro lado, casi sin un adiós, sin sentir nada… El corazón se para y ya está, y si así lo ha decidido, ya no importa cuánto tiempo se emplee para paliarlo, para intentar remontar una vida que ya no quiere vivir. Y seguir haciendo masaje cardiaco hasta que te duelen los brazos, seguir notando cómo suben los niveles de adrenalina, cómo ese momento se convierte en una lucha contra cada segundo que pasa… Es simplemente indescriptible.
Lo peor no es ver cómo se acaba, lo peor es la sensación que te deja después, cuando aceptas la realidad y decides parar, cuando piensas en quien está esperando fuera…
Es curiosa la realidad, lo difícil de esta vida, el “no somos nada” que realmente es lo que somos…
Y pasar de un extremo a otro en tan poco tiempo. Pasar de estar hablando, como si nada, a ver el momento en el que se va, y peor aún, a ver el momento en el que se analizan los porqués.
Aquella sala me dio miedo. El silencio de un domingo a mediodía, en el que no hay nadie más que él y yo. Él haciendo su trabajo y yo envuelta en mil sensaciones… Me dice que me cambie y que lo espere al final del pasillo, eso hago, dejo mi uniforme en la única taquilla abierta que encuentro y me envuelvo en un traje verde. Salgo fuera y me pierdo en mitad del silencio… Sólo lo oigo a él al otro lado de una puerta hablando por teléfono, se está retrasando y yo no puedo quedarme mucho tiempo, pero aguanto la espera observando a mi alrededor… Avanzo unos pasos y me dirijo a la sala del fondo del pasillo. “Autopsias. Sala 1”. Entro despacio e intento mirar y quedarme con todos los detalles. Tres mesas metálicas, frías, vacías de momento, austeridad; un fluorescente a media luz, con ese tintineo típico de las películas de terror… El silencio únicamente roto por un goteo incesante de uno de los grifos al pie de cada mesa metálica. Diversos armarios con contenido grotesco, material quirúrgico y de disección… Uff, pienso, no sé si lo aguantaré, si podré volver a verla en esas circunstancias, pero respiro hondo, me armo de valor y sigo caminando. Me da miedo avanzar mucho, me da miedo invadir ese entorno ajeno… Envuelta en mis pensamientos, aparece él tras de mí, sonríe, está claro que él ya no siente esas cosas, lo que hace el tiempo, pienso… Se acerca y me dice… ¿vamos a buscarla? Vale, vamos, qué más puedo decir…
Nos dirigimos otra vez hacia el primer pasillo, el sonido de nuestros pasos es lo único que hay. Entramos en una pequeña estancia gris, con una enorme camilla metálica con ruedas oxidadas. Enfrente, las neveras. Abrimos e introducimos la camilla, que utilizamos para recoger el cuerpo envuelto en la sábana. Me deja helada la visión, medio rostro asomando, el rictus facial, su cuerpo más frío que el hielo… No pesa lo mismo, pesa el doble, o el triple, o más aún. Cuesta arrastrar la camilla, produce un sonido desagradable. Atamos la sábana con fuerza, no vaya a ser que en el trayecto nos llevemos un susto, y avanzamos despacio en mitad de una conversación superficial que ahora mismo ni recuerdo. Él bromea con la expresión de mi cara, qué esperas, pienso, debe ser todo un poema…
Por fin llegamos, nos enfundamos otra bata amarilla, el gorro, las gafas y los guantes. Yo no espero tocar gran cosa, pero me los pongo también. Al principio no sé si voy a ser capaz de aguantarlo, pero me invaden unas enormes ganas de ver el primer corte.
Y el primero es limpio, rápido, continuo, dibujando una fina línea en el tórax. La grasa empieza a verse tras el corte, de momento no se ve gran cosa más. Él me pregunta que qué tal ha ido la primera impresión. Bien, de momento soportable. Seguimos entonces, y el siguiente corte, más profundo, va a buscar apéndice xifoides. El proceso de separar las primeras capas musculares es elaborado, lento, preciso, no interesa hacer grandes cortes, hay que evitar romper grandes vasos, por la sangre, me dice. Pero es inevitable que sangre… Y, como explicarlo, el olor de la sangre estancada es un olor que nunca se olvida… No quiero entrar en los miles de detalles que podría explicar, simplemente es algo que queda, como una imagen, impregnada en la memoria.
Seguir describiendo el resto sería morboso; simplemente decir que conseguí ver y tocar, comprobar in situ lo maravilloso del cuerpo humano, tan perfecto, con tantos detalles, que simplemente impacta por la precisión.
Verla vivir y verla morir, verla después en aquellas circunstancias… sin duda siempre me quedará en la memoria este recuerdo, como el primer parto que ves, o la primera decisión importante que has de tomar.
Debo decir, que a pesar de lo sucio del procedimiento, a pesar de lavarme las manos hasta llegar a doler, a pesar de todo eso, espero volver a esa sala austera que me ha hecho vivir una gran experiencia.
Me despedí de él dándole las gracias, con las prisas por tener que volver a mi unidad tras la escapada furtiva, casi una hora antes; ya queda poco para plegar, pienso, vaya fin de semana intenso… uff!

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