martes, 5 de octubre de 2010

La montaña rusa de Wendy.

Érase una vez, no hace mucho tiempo, sucedió que un cuento de hadas se hizo realidad… No era algo común que eso ocurriera, ya que los cuentos de hadas habían caído en el olvido y los príncipes azules habían dejado de existir; sin embargo, y contra todo pronóstico, quien sabe si por una alineación estelar, quien sabe si alguien lo pidió a la luna llena, o tan sólo fue cosa del destino, un día, de pronto, simplemente pasó.
Y no fue un cuento cualquiera, no señor, fue uno de esos en los que la princesa necesita ser rescatada, pero no de un castillo, porque estamos en otros tiempos y los castillos ya están pasados de moda, pero sí necesitaba escapar. No había dragones que escupieran fuego, ni una fortaleza imposible de trepar o mil pruebas que superar para alcanzar a la princesa, ya que ésta era simplemente una más en mitad de una sociedad de la cual necesitaba ser liberada a marchas forzadas. Y ¿por qué? Pues porque la princesa estaba triste, tanto que había dejado de creer en el amor, puesto que el miedo a ser feliz era tal, que había construido a su alrededor una muralla particular que la alejaba de cualquier avispado proyecto de príncipe.
Y de pronto, un día, alguien se acercó y cambió su mundo…
Él siempre había pasado desapercibido para ella, al igual que ella para él, simplemente eran dos almas solitarias que no se habían parado a pensar que podían levantar la vista y encontrarse. Hasta que un día, de pronto, sucedió, y él decidió que ya había llegado el momento de coger su moto (el caballo blanco tampoco se lleva ya…) e ir a buscar a la princesa; y sucedió que un día cualquiera de lluvia intensa y de cielo gris, la invitó a dar una vuelta por un parque encantado, que estaba, como no, completamente vacío… ¿a quién se le va a ocurrir salir cayendo semejante aguacero? Y así ocurrió que de pronto algo cambió entre este par de viejos conocidos, y surgió una pequeña chispa que fue creciendo por momentos. La magia surgida aquel día provocó una serie de sucesos des-afortunados que subieron a la princesa a una montaña rusa de idas y venidas, de subidas y bajadas, de risas y llantos, hasta que, de pronto, sin saber si fue por la lluvia o porque había decidido quitarse el disfraz, el príncipe azul empezó a desteñir y a dejarlo todo perdido, tanto que, un tiempo después, decidió coger sus cosas y marcharse, antes de volver loca del todo a la princesa.
Y la pobre chica se quedó con dos palmos de narices al verlo partir, sin entender nada y con el corazón en un puño… Qué extraña es la vida… ¿Y ahora qué hago yo sola, sin príncipe y con el corazón perdido de tinte azul?

En este cuento, la princesa soy yo misma, llamada a partir de aquí Wendy, ya que el príncipe desteñido resultó ser Peter Pan…

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