martes, 7 de diciembre de 2010

Oh no! Hoy toca planta...

No quiero decir que me disguste, ya que la planta abre un gran abanico de posibilidades donde puedo ser yo misma, disfrutar de la gente, establecer nuevos vínculos y ejercer mi trabajo asistencial de una forma aparentemente más pausada, pero no es así, ni tan fácil ni tan idealista, porque la planta es una ola gigante que antes de que te des cuenta, te ha empapado hasta los huesos, ha roto sobre tus pies y te ha entrado agua hasta en las orejas… La planta es pasear un carrito (lleno de medicación que no se acaba nunca) arriba y abajo por un pasillo (que tampoco parece acabarse) y no poder dejar de atender decenas de peticiones en el transcurso de tu paseo. Hojas por rellenar, tratamientos que comprobar, médicos pululando pidiendo que los acompañes a pasar visita,  timbres que suenan sin parar, familiares que se quejan en la puerta de la habitación, y parece mentira que aunque te hayas presentado nada más llegar, sean las doce del mediodía y te sigan llamando “nena”, que sí, que yo lo entiendo, que somos mucha gente que pasamos a diario en este desfile irónico hospitalario, pero yo también hago mi esfuerzo por acordarme de los nombres de mis pacientes, que son unos cuantos cuando viajo a las alturas y aterrizo ese día en la planta…
Esta mañana los paseos han sido interminables, porque los imprevistos iban surgiendo y pasando ante mis ojos como una pesadilla, acumulándose las cosas por hacer mientras corría de una habitación a otra pensando que no es posible trabajar así… No se puede, y parece mentira que den las tres, me vaya a casa sin sentirme las piernas, con la sensación de que me dejo cosas por hacer, pero sin poder luchar ya con las agujas del reloj que, días como hoy, se empeñan en correr más de la cuenta y hacer de mi jornada laboral una lucha a contracorriente…

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