lunes, 20 de diciembre de 2010

Felicidad paliativa.

Me da miedo pensar en qué pasará ahora, si conoceré a alguien lo suficientemente maduro que lo entienda, tanto como lo fue Peter Pan cuando, aún lo recuerdo con exactitud, y a pesar de que hacía poquito que estábamos juntos, se lo conté. Le dije que necesitaba que lo supiera, y una parte de mí tenía miedo de que saliera corriendo por eso y me dejara, pero no fue así, fue tan dulce, tan alentador, tan comprensivo y cariñoso que cuando recuerdo ese momento revivo el cálido abrazo que me dio, me apretó muy fuerte contra él y me susurró que estuviera tranquila, que iba a estar conmigo en todo momento, si tenía que operarme, si habían problemas después, parecía no importarle nada más que yo en ese momento, y el mundo no existía, y mi problema se hizo tan pequeño, tanto, que la siguiente biopsia salió negativa… ¿Será que los estados de ánimo puedan influir tanto? Quien sabe si realmente la felicidad sea más que paliativa, no lo sé, quizá se me va la cabeza pensando tonterías, pero es que ahora, después de la amargura del desamor, todo parece haberse complicado, como si lo anterior fuera un sueño o un espejismo provocado por las nubes rosas que envuelven Nunca Jamás. Me siento más sola que nunca, porque el miedo es lo que tiene, que aún agudiza más cualquier estado, y aunque sé que soy fuerte, me siento como una niña pequeña en un rincón; esta vez sólo quisiera respirar hondo y conseguir empequeñecer a ese grupo de células que les ha dado por cambiar dentro de mí, ojala fuera tan fácil como coger una goma de borrar en lugar de la hoja fría de un bisturí, y ojala él estuviera al otro lado, en la sala de espera, y cuando saliera, dolorida y con los efectos del postoperatorio inmediato, me cogiera de la mano, me guiñara un ojo y me dijera, aquí estoy bailarina… todo va a ir bien.

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