martes, 2 de noviembre de 2010

Patch Adams.

Ayer haciendo zapping antes de irme a dormir, y después de una intensa tarde de trabajo, topé por casualidad con una de esas películas que no me canso de ver, y es que no sé si es porque siempre tengo cierta atracción por cualquier cosa que esté ambientada o relacionada con el mundo hospitalario, o tal vez es porque el mensaje es simplemente directo al corazón, que me obligué a quedarme a verla de nuevo, a pesar del sueño y de tener que madrugar hoy.
La historia, totalmente recomendable, es algo así como una oda a la vocación, en este caso médica, un don que tenemos (y me incluyo en el término) algunas personas y que podemos desarrollar y hacer crecer; y es mágica la sensación de ver y sentir que puedes ayudar tanto con tan poco, aunque, al igual que en la película, haya personas que no lo valoren o que incluso provoquen desenlaces tristes, las personas somos así de imprevisibles y con demasiadas cosas por pulir siempre, sin embargo, esta mañana, al entrar por la puerta del hospital y recordar algunas escenas, no he podido evitar preguntarme qué pasaría si algún día apareciera con una nariz de payaso...

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